Vuelve con esto Aristóteles a una pregunta que se hacía al principio y a la que no me he referido en su momento (para poder hacerlo aquí de un modo más completo): si la felicidad radica en nosotros o si es exterior, y, si radica en nosotros, si puede adquirirse por la costumbre, el estudio o algún otro ejercicio[1]. En efecto, al inicio de su tratado, planteaba Aristóteles el hecho de que, al parecer, “para ser capaz de ser competentemente un discípulo de las cosas buenas y justas, y en suma de la política , “es menester que uno haya sido bien conducido por sus costumbres”[2]. El punto de partida, el qué, ha de tenerse claro para alcanzar ese cómo del que se ocupa la ética (y despreciar el porqué, del que se ocuparía una ciencia demostrativa)?[3]. Plantea, pues, Aristóteles un requisito previo que puede resultar curioso, pero que no significa otra cosa sino el hecho de que para alcanzar la bondad hay que ser bueno ya en cierto modo, tal vez porque el mismo deseo de serlo es ya serlo, al menos en cuanto a la voluntad. En los libros II y III de la Ética, Aristóteles dice algo que parece contradecir lo anterior: no se puede ser bueno si no se realizan actos buenos[4]. Sin embargo, es obvio que el deseo de ser bueno es ya realizar un acto bueno, por lo que no hay contradicción.La opinión, en cualquier caso, de Aristóteles, será que la felicidad puede ser alcanzada por medio del aprendizaje, pero sólo por todos los que no están incapacitados para la virtud”[5], con lo que se reafirma en esa condición previa, de la que se volverá a hablar al exponer la ética democritea.
ÉTICA DE DEMÓCRITO Y ARISTÓTELES
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